domingo, 10 de junio de 2012

Capitulo 3o ESTADOS UNIDOS 223

La casa tenía 7 metros de frente por 25 de fondo, al frente podías ver el jardín y a la izquierda la cochera donde tenía capacidad para un auto bajo techo y otro atrás de este. A la derecha la sala de la casa; pasando la puerta de la entrada estaba un recibidor con un sillón naranja que daba la espalda al ventanal de la cochera y a la derecha la escalera a la planta alta, bajo la escalera el baño de visitas y atrás el comedor donde cabía perfectamente el comedor que hasta hoy tiene mi madre, una gran mesa para ocho personas y un trinchador donde guarda su cristalería, cubiertos y manteles así como algunas botellas de vino para “las ocasiones especiales”. A la izquierda del comedor el antecomedor y la cocina separadas por una alacena de granito bajo la cual se guardaban la loza y la alacena en las puertas a la cocina. Saliendo al fondo un patio de 3 x 7 metros donde fue mi pista de bicicleta y salón de juegos por muchos años teniendo al fondo el cuarto de servicio y la lavandería.

La llegada a la nueva casa fue bien recibida porque a pesar de ser una casa de ciudad era más grande que la casa de la calle Aramberri  y a pesar de los buenos ratos y salidas sin permiso al mercado y la Iglesia, en lo personal no sentía un gran apego al domicilio anterior y el nuevo hogar era agradable a simple vista.
Durante los primeros meses de vivir en ella podemos decir que las cosas transcurrían normalmente para un niño de tres años. levantarse, desayunar, jugar, comer, jugar de nuevo, merendar y jugar una vez más hasta que llegaba la hora de dormir a las 08:00 de la noche y al día siguiente volver a empezar.
Llego el día de ir a la escuela y para mi sorpresa mi hermano mayor siguió en la escuela J.J. Fernández de Lizardi, esa escuela magnifica y monumental que estaba por la alameda y para mí por no sé cual razón me inscribieron en la Esc. Miguel Hidalgo y Costilla que estaba ubicada en Lázaro Cárdenas y Enrique C. Livas (antes Prolongación Madero) en la colonia Emiliano Zapata, en donde el día de hoy está la secundaria 20 “Eugenio Garza Sada”. A esta primaria entrabas por la calle Lázaro Cárdenas y a su derecha estaba la dirección de la escuela y atrás de ella un comedor donde se servían los desayunos escolares que consistían en una margarita con una rebanada de mortadela y un cuartito de leche como los que el día de hoy se utilizan para vender la crema de vaca, este desayuno costaba 0.15 centavos y se me hacia agua la boca solo verlo, tal vez porque era un simple antojo ó en realidad tenía hambre, no lo sé, ese detalle la verdad no lo recuerdo.

A la izquierda estaban los salones de clases uno por grado siendo el ultimo el mío el de primer año, y a espaldas del edificio un gran terreno vacio, polvoriento y sin una triste sombra que lo hacía ver como un lugar triste y aburrido siendo la hora del recreo un suplicio más que un descanso, ya que el clima de monterrey no tenia nada que ver con lo que conocía antes ya que ahora el estar en calzones en esa época por el calor, era una práctica que me resultaba más incomoda que liberadora pero era el modo de vivir en ese momento.

En la calle donde vivía solo había un televisor y era nuestro, un aparato que recibía la señal en blanco y negro y que iniciaba una era de algo que resultaba perturbadoramente emocionante el ver imágenes por esa caja que no podía estar encendida mucho tiempo porque se calentaba demasiado y teníamos que dejarla enfriar según nos decía mamá. Un día al llegar a la escuela en la entrada un compañero presumía que en su casa su padre había comprado un televisor a color y se veían las cosas como si las pudieras tocar, rápidamente me acerque a él y le pregunte esperando una respuesta asombrosa, oye, de qué color es el auto del avispón verde, el se quedo perplejo, me miro y contesto tímidamente……pues….verde. Un poco de decepción me surgió de repente ya que su respuesta no fue lo concreta que esperaba y pensé, pues claro.. Debe ser verde, pero él no está seguro, podría ser negro, si en verdad tuviera el televisor a color me hubiera contestado de inmediato.

En los días siguientes ya mi madre no me llevaba a la escuela y yo solo recorría el camino de casa a la escuela de ida y regreso y una mañana fría llegue muy temprano y frente a la escuela había en la esquina un terreno vacio lleno de yerba y basura con un gran hormiguero en el centro donde me divertía en las mañanas aplastando hormigas antes de la entrada, y al estar en mi tarea diaria de aplastamiento de hormigas se me acerco un hombre y me dijo, he tú niño, ¿te quieres ganar veinticinco centavos?, veinticinco centavos pensé eso es una fortuna, y que tengo que hacer le conteste inmediatamente. Pues recoge todos los papeles del terreno y te los ganas, tome el primer papel de suelo y los fui colocando en mi mochila y después de un largo rato termine con la tarde que me habían impuesto, el hombre me entrego los veinticinco centavos y llegue corriendo a la escuela donde ya habían entrado a clases peo eso a la maestra ni le importo, entre me senté en  mi banco junto la ventana al patio y saque mi libro de lectura y empecé a ver la figuras del, esperando llegara la hora del recreo porque por fin mi deseo se cumpliría ese día.

A la hora del recreo fui al comedor de la escuela y compre mí tan anhelado desayuno escolar, sabrosa margarita con mortadela y más porque lo había comprado “fruto de mi trabajo”, desafortunadamente me despertó el gusto por ello y ahora tendría que pedirle dinero a mamá y eso no era seguro para obtenerlo.

Días más tarde le pedí a mi madre me diera dinero para el desayuno y la respuesta fue la esperada, un no rotundo y fui a la escuela esperanzado por volver a recibir la oferta de trabajo de días antes.

La oferta nunca más la recibí y pensé largamente como obtener el dinero para la compra del desayuno. Mamá tenía sus arras de matrimonio en un cofrecito en su cómoda del dormitorio, una tarde fui y lo abrí, tenía unas monedas de un peso pequeñitas y tome varias de ellas. Al día siguiente compre mi desayuno y así varios días hasta que mi madre descubrió el faltante y me pregunto. No tuve más remedio que reconocer lo que había hecho y enojada me reprendió y me dijo, “hijo las monedas son de oro” valen mucho más que un peso cada una, fe a la escuela hablo con mi maestra y ella le contesto que tenia las monedas pero que no las regresaría, mi madre él propuso cambiarlas por monedas de un peso y le explico que eran sus arras de matrimonio que yo la había tomado sin autorización y que no sabía lo que ellas representaban. La maestra se rio y le contesto que eso no era su problema que no le devolvería las monedas. Mi papá hablo con la directora de la escuela y la maestra ya no volvió al salón, pero las monedas tampoco. Tiempo después comprendí que las monedas valían más que el sueldo de la maestra en varios meses y la culpa de haber robado a mi madre me duro muchos, muchos años.

Era invierno y el frio calaba hasta los huesos como se dice, y a la hora del recreo a espaldas de la escuela tras la malla ciclónica un señor vendía donas de azúcar, un día de tantos está en mi memoria el haber comprado una de ellas, ya no sé si con el producto de mis ingresos mal habidos ó porque me habían dado dinero, creo que tal vez por lo primero, si fue sí y no lo recuerdo bien este episodio debió ocurrir antes de haber sido descubierto porque de otra forma no hubiese pasado. Porque también me compre un sobre de un polvo de chocolate que no recuerdo su nombre, eran unos sobrecitos con algo así como chocomilk dentro de ellos; los comprábamos y decíamos que era chocomilk pero en esa época pancho pantera solo estaba reservado para “los riquillos” como decíamos entonces.

 


Un día varias semanas después saliendo de la escuela camino a casa los niños entraron al parque que esta frente al hoy casino “ “ y fueron a un tiovivo al que llamaban los 7 enanitos, me invitaron y  pues a quien le dan pan que llore. Me uní al grupo y fui al parque, me subí al tiovivo y “los niños grandes” le dieron vuelta al juego y yo quede abrazado de uno de los extremos en una viga de acero, le dieron vueltas y vueltas y la fuerza centrifuga me ganaba en ese momento, intente sujetarme lo más que pude pero fue imposible, Salí lanzado unos dos ó tres metros y caí de panza, se me rompió la camisa, se ensucio el pantalón y mi pobre pancita quedo más que mallugada y con un gran raspón que la cubría toda, me levante adolorido, tome mi mochila y cruce la calle rumbo a casa, al cruza r mi hermano mayor caminaba hacia mí y me pregunto, “¿donde andabas?”, le conté y solo murmuro, “la que se te va a armar”, llegue a casa y mamá me regaño por la tardanza le mostré mi pancita y me contesto, “Dios castiga sin palo y sin cuarta, para que te vuelvas a ir al parque sin permiso”

Al siguiente ciclo escolar me inscribieron en la J.J. Fernández de Lizardi y

No hay comentarios:

Publicar un comentario